Los protocolos para la profilaxis de la endocarditis infecciosa (EI) han estado en proceso de evolución continua durante más de 50 años, en los que la base de la argumentación para la profilaxis no estaba bien establecida y la calidad de la
evidencia se limitaba a unos pocos estudios de casos y controles o se basaba en opiniones de expertos y experiencias clínicas, en lo que parecía ser un intento racional y prudente de prevenir una infección potencialmente mortal.